Alí Primera, el cantor del pueblo vive
Viernes 15 de febrero de 1985. Un día antes de la tragedia que apagaría la vida del ícono de la canción protesta latinoamericana, Alí Primera hizo todo como si fueran sus últimas horas.
A las cinco de la mañana, en una de las habitaciones del modesto apartamento signado con las siglas 12-3, ubicado en el edificio Aragüaney dos, de El Valle, en Caracas, despertó abrazado junto a su esposa Sol Musset.
Ella se levantó y le preparó la tacita de café negro, sin azúcar. Él se bañó y sus hijos (María Fernanda conocida como “Chimpi”, Sandino, Servando y Florentino) se alistaban para ir a la escuela. Juan Simón, el menor, de apenas tres meses, durmió otro tanto más.
Alí es quien los llevaba al colegio, por seguridad. Por años se sintió perseguido por los gobiernos de derecha para que dejara de sembrar ideas socialistas en su canto.
Esa mañana el cantor popular le hizo una sugerencia a Sol: “El lunes irás conmigo a llevar a los niños al colegio. Necesito que aprendas a hacerlo. No voy a durarte toda la vida”.
Sol se extrañó, pero aceptó el reto. Y cuando él regresó cocinaron, limpiaron, hablaron de los Comités de Unidad del Pueblo. Él era bueno preparando lebranche relleno con vegetales, ceviche, y cualquier tipo de pescado, pollo con champiñones, arroz a la “vietnamita” (porque no lo lavaba).
El menú esta vez no era próspero. Alí no cargaba un solo centavo en la cartera. Con lo que había en la nevera les alcanzó para hacer una sopita para todos para el almuerzo y algo de cenar.
Mortificado, Alí estuvo afinando los detalles de su nueva producción musical, con temas compuestos, que dejó grabados en un cassette como ejemplo de música y letra, que necesitaba arreglar en un estudio. En eso estuvo todo el día. No sin antes sostener una conversación con Sol llena de consejos que sonaban a despedida.
“Nunca antes me había hablado así. Por eso yo sospecho que a él lo habían amenazado de muerte y no quería decírmelo para no mortificarme. Es que todo lo que me dijo ese día eran consejos de cómo hacer las cosas sola, tratando de que yo no dependiera tanto de él, por si algo le pasaba”, cuenta Sol.
Le explicó a ella cómo botar la basura en el bajante del edificio, cosa que nunca hacía ella, porque siempre estaba en el apartamento con los niños, algo que desataba los comentarios de los vecinos quienes decían que él la dejaba “encerrada” cuando salía. Y no era cierto. Pero ella no le abría la puerta a nadie, diciéndoles que no tenía llave, aunque sí. —“¿Y ahora soy yo quien va a salir sola al pasillo a botar la basura?”, le dijo Sol.
—“No. Pero eso es para que sepas, por si muero. Todo debe ir en bolsas bien amarraditas. Nunca eches en ellas botellas de vidrio porque los trabajadores se pueden cortar. Las conchitas de las verduras se las echas a las matas de albahaca como abono”, le explicó.
Luego, adentro, le nombró cinco personas. Tres de ellas en quienes podía confiar, y dos que decían ser sus camaradas y calificó de traidores. Justamente esas dos personas, desaparecieron de la vista de Sol cuando Alí murió. Le pidió a Sol que le cortara el cabello y le bajara la barba espesa. Uno de sus bucles se lo dio a Chimpi de recuerdo: “Toma madre. Por si alguna vez tu padre no está más contigo”.
—“Le dije: ‘¡Ay Alí! ¿Por qué hablas así? Estás diciendo muchas tonterías. A tí no te va a pasar nada. Dame acá eso. Y lo boté en una bolsa’. Hoy me arrepiento en el alma”.
A las8:00 pm, antes de irse al estudio de grabación de los Suárez, pidió prestado a un vecino tres bolívares para, entre otras cosas, echarle gasolina a la camioneta. Y dejó que todos sus hijos y Sol lo acompañaran al pasillo a despedirlo en el ascensor, cosa que nunca antes había permitido. A Chimpi le dio una carpeta con sus cosas. A Servando las partituras. Y a Sandino el cuatro. “Sostenlo duro”, le dijo.
Juan Simón y Florentino no lo despidieron. Dormían. Él quiso jugar con Juan. Sol no se lo permitió. “No me lo despiertes y embochinches”. Una vecina al ver a los Primera en el pasillo les dijo: “Esto sí es raro. Alí, o te vas a morir, o se va acabar el mundo”.
Entró al ascensor solo, recibió las cosas de sus hijos, los besó. Y a Sol. Chimpi exclamó: “Tengo una tristeza horrible”. Ya abajo, él les gritó con su cuatro en mano: “¡Mis hijos, los amo!¡Mi vida te amo!”. Y quedó el eco en el edificio. En la madrugada del sábado 16 de enero de 1985, a las cuatro de la mañana cambió de paisaje el cantor del pueblo. Venía del estudio. Su acta de defunción dice: “Ely Rafael Primera Roosell, de 43 años, cédula 2.855.667, falleció de politraumatismos, según certificó el doctor Yasmín Zurita”.
Y un efectivo bomberil del entonces Distrito Federal —cuyo nombre se reserva en esta investigación— al que le fue encomendado buscar los archivos donde estaba el parte de su muerte confesó a PANORAMA: “Busqué hace más de 15 años detalles de la actuación. Todo desapareció del Acervo Histórico de los Bomberos. No está el Libro de partes y el Libro de Reportes donde decía lo que se hizo en ese accidente. No hay nada de él. Y es asombroso porque era una figura importante. Todo se perdió misteriosamente. Ahora todo quedó a la memoria humana. Y para investigar su muerte se carece de precisión en los datos”.
El bombero que lo vio malherido le dijo a Sol hace años: “Alí no murió de inmediato”. Y aunque el parte de Tránsito mostró que fue un choque frontal con el ahora periodista Ítalo Américo Silva (hijo del guerrillero Américo Silva), quien borracho de una fiesta, en un Ford, saltó la isla en la autopista Valle-Coche, para impactar con la Wagoneer de Alí, placas ASV523, también registró el informe que al cantor le fallaron los frenos y la dirección y no pudo maniobrar. Y ambos sistemas se los había arreglado el día anterior un camarada suyo, muerto a balazos luego. Alí se había encontrado a Ítalo en ese taller quien le pidió dinero para comprarse zapatos e ir a esa fiesta. Alí, quien no tenía centavo en sus bolsillos, pidió prestado para darle. Con los mismos zapatos que le regaló el cantor, con ellos pisó el acelerador para su muerte.
Una diputada de la Asamblea Nacional, quien prefiere el anonimato, vio cuando Ítalo y los Primera coincidieron en un homenaje a Américo Silva. “Se le acercó Juan Simón. Le extendió la mano y le dijo: ‘Hermano no hay rencor’. Y él lo dejó con la mano extendida”. Silva no ha querido hablar del hecho, nunca.
La sospecha de que su muerte no fue fortuita se fundamenta en el acoso al que era objeto. Los comunistas eran seguidos de cerca por Henry López Sisco, entonces director de la Disip quien había creado, con la venia del presidente Jaime Lusinchi, los grupos comando para combatir la guerrilla y la izquierda. Por eso hombres vestidos de negro vigilaban los movimientos de Alí en la azotea de un edificio contiguo, día y noche. Y cuando él salía, los hombres desaparecían. Lo habían torturado con corriente en el paladar, con golpes y amenazas. Octavio Lepage, al frente del Ministerio de Relaciones Interiores; Andrés Brito Martínez, en el de Defensa; y José Manzo González, en el despacho de Justicia, tuvieron en sus manos la posibilidad de investigar su muerte. Pero todo se silenció. Nunca se investigó por qué resultó herido en el hecho el asistente de personal de la Gobernación del Distrito Federal.
Sol abatida y sin dinero, enfrentando tratamiento psiquiátrico para soportar la muerte de su grandote. Todo pasó al olvido. Pero sus enemigos no pudieron callar la grandeza del cantor, a cuyas canciones les quitaron el veto en su despedida.